A ciento setenta años de la decisión de los dominicanos de separarse de una ocupación haitiana, que por 22 años pisoteó los destinos de lo que fuera una colonia española, las presentes generaciones de dominicanos, nos topamos con el punto de inflexión para una nueva toma de conciencia, que nos impulse a rescatar los valores de la dominicanidad y afianzar la soberanía.
En los pasados meses han ocurrido acontecimientos que están incidiendo dramáticamente en lo que era una conducta de la indiferencia y la conformidad, a la realidad que nos estaba arropando a ojos vista de una invasión pacífica y envolvente, en que la migración se está apoderando de espacios territoriales ante la indolencia de los criollos que la aceptan con resignación como la realidad de un hecho cumplido e irremediable.
Ha sido necesario que la nueva administración del PLD, con un equipo político y técnico que había preparado su plan de gobierno en todos los aspectos, para que las relaciones binacionales comenzaran a buscar su cauce, sacudiendo la conciencia de los dominicanos, frente a una situación que se les escapaba de las manos y mentes a los criollos en desventaja frente a una agresividad diplomática de Haití en todos los frentes internacionales, para colocar al país como una nación abusadora, incumplidora, explotadora y menos organizada que la desorganizada nación fallida de occidente.
El 27 de febrero de 1844 constituyó la culminación de la labor que desde 1838 había iniciado Juan Pablo Duarte entre sus compatriotas. Ese entusiasmo juvenil de un hombre de 25 años rindió sus frutos cuando la fundación de La Trinitaria se consolidó y precipitó en la fragua del sacrificio, como dicen los románticos independentistas, los valores de una generación joven demandante de libertad, sin el odiado dominio tutelar del país del occidente de la isla.
Razones fueron muchas para optar por la separación, después de 22 años de dominio haitiano, que de una manera extraña, sin derramamiento de sangre, las autoridades interventoras accedieron abandonar a Santo Domingo a raíz de los pronunciamientos irreversibles de libertad, pero dos semanas después, el nuevo país ya se veía invadido por dos frentes de ejércitos bien armados con la orden de reocupar el territorio oriental de la isla, ya que su Constitución afirmaba que era parte de su territorio por aquello de la una e indivisible.
Las increíbles hazañas bélicas de 1844 reposan en la tradición histórica del país, y el esfuerzo de los investigadores e historiadores nos presentan a unos antepasados sin temor y dispuestos a conservar la decisión tomada el 27 de febrero. Y así ocurrió para que el valor dominicano llene con hazañas de valor y decisión la historia nacional y su propósito firme de ser libres o morir.
En la segunda década del siglo XXI nos enfrentamos a una nueva situación. La presencia masiva y pacífica de millares de haitianos están empujando al país a una posición difícil de sostener en el tiempo, por tener una opinión mundial adversa y condicionada, donde las medidas recientes para preservar la dominicanidad, encabezada por la necesaria sentencia 168-13 han despertado toda clase de sentimientos y opiniones encontradas, pero destinada a sacudir a los dominicanos de su costumbre ya indolente de aceptar el hecho consumado de una presencia extra nacional, que dominaría con el tiempo los valores de soberanía y patriotismo de los nacionales orientales de la isla.
La ocasión de este aniversario es propicio para, en una rápida retro perspectiva, comprender el valor de nuestros antepasados, ante una nacionalidad aplastada, para lo cual aunaron entusiasmos y esfuerzos, dándole inicio a una débil y desorganizada nación, la cual emergió y creció para hoy en día ser el hábitat de millones de seres humanos en la búsqueda de la seguridad y el bienestar, el cual se le niega por las ambiciones de los políticos que han hecho del erario nacional su fuente primaria y segura de su enriquecimiento, ahogando de esa manera los sueños de Juan Pablo Duarte de una nación libre del yugo extranjero.
Fuente: Periódico Hoy Digital
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